
Sin contar la época del descubrimiento, los italianos llegaron desde muy temprano, en los orígenes de la Argentina. Conocemos los apellidos de la Primera Junta de 1810. Belgrano, Alberti, Castelli eran personalidades (y familias) de peso ya hacía mucho. En la década del 20 un catedrático convocado por Rivadavia, Pietro De Angelis, es quien primero ordena las actas del nuevo Estado. En 1840 ya se editan diarios en italiano.
Desde la unificación de Italia (1861), descubren enseguida que la Península no podía contener a todos. Y no faltaban miserias, pestes, guerras y carestías: entonces vino la emigración masiva. Un número redondo aparece en seguida: en 1878-1925 llegaron aquí 2,5 millones de italianos, un "aluvión inmigratorio". Humildes trabajadores, pero también individuos prestigiosos, con ideas, principios, filosofías. Un nombre: el arquitecto Luigi Luiggi, construye los puertos de Buenos Aires, de Rosario, Puerto Belgrano.
El filósofo español Julián Marías recordaba que las ideas del genovés Giuseppe Mazzini tuvieron mucho que ver con los principios que dieron vida a la Argentina y decía con justicia que el país podía llamarse "la única república ítalo-española del planeta". Otro "aluvión", más acotado, se dio tras la II Guerra Mundial. Se habló de otros 500 mil. Ya no eran campesinos como antes sino, en general, trabajadores urbanos, artesanos, obreros. Fue el momento de los talleres que, en tantos casos, devinieron luego fábricas y hasta grandes firmas internacionales, ya con colores argentinos. Hubo nombres señeros: Sabio, Rocca, Pescarmona.
Una presencia extensa, difícil de censar y atada a nuestro progreso, y con momentos de solidaridad suprema, como el gesto generoso de los 20 mil voluntarios que salieron de Argentina (tantos no volvieron) para combatir al lado de Italia en la I Guerra Mundial, ayudando a rescatar las "regiones irredentas" de Trieste y Trento. Pero el éxito mayor de esta convivencia es sin duda su perfecta integración, que significa hoy el mismo amor y respeto para dos banderas distintas.
Fuente: http://edant.clarin.com/diario/2008/04/14/elmundo/i-02506.htm Por: Dante Ruscica
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